Todo lo que importa pesa cuatro kilos y medio, tiene el pelo canela y huesecillos blancos de juguete. Cabe en mis brazos como un envoltorio que encerrara todas las navidades del mundo. Todo lo que importa camina con la nariz pegada a la tierra. Se funde su lomo curvo con las hojas caídas, y por instantes temo que se pierda entre el manto del otoño. Son del mismo color y caminan igual de lento. Todo lo que importa no sabe que lo es, y lloro tratando de decírselo en todos los idiomas. Sé que ella -que siempre hizo cosquillas a la vida por mi- no se merece minutos de charcos. Por eso la abrazo y la beso, mucho, e intento cegar las mañanas para que no nos encuentren. Todo lo que importa quiere dormir, y yo no logro inventar más tiempo para que no duerma.